La revolución tecnológica ha convertido al mundo en una red -world wide web, pero: ¿es la técnica buena o mala? El conservador, que se opone a todo cambio, cree que es mala; el progresista, que es revolucionario, cree que es buena. Ante todo, hay que dejar claro desde el principio que la técnica no es buena ni mala en sí misma, sino que depende del uso que el hombre haga de ella. Y he ahí la cuestión fundamental: si consideramos la técnica como un fin en sí mismo, desaparece toda idea de bien humano, el progreso material pasa a ser el fin de la vida humana y el hombre se convierte un esclavo al servicio de la técnica; si consideramos la técnica como un medio, será un instrumento al servicio del hombre, servirá al progreso moral y de la libertad.
El problema es que, desde el Renacimiento, domina la creencia en el poder redentor de la ciencia y de la técnica. Comte sustituye la religión cristiana por la religión positivista, según la cual la ciencia liberará al mundo de la servidumbre y los científicos y expertos serán los sumos sacerdotes de la humanidad. El marxismo es otro intento de sustituir la religión cristiana por la religión comunista, según la cual la lucha de clases dará lugar a la parusía no de Jesucristo, sino del proletariado.
Positivismo y marxismo son teorías materialistas de la historia, que hacen del hombre un simple animal o un eslabón más de la gran máquina del mundo: ambas hacen del hombre un esclavo. Otra consecuencia de estas concepciones materialistas es el relativismo moral, de acuerdo al cual no existen valores, sino sólo hechos.
Sin embargo, no son los bienes materiales los que ennoblecen al hombre. Parafraseando al filósofo francés Jacques Maritain, el hombre aspira a la primacía de lo espiritual. Los valores interiores son los que ayudan realmente al progreso del hombre y los que permanecen en el tiempo, transmitiéndose de generación en generación. En cambio, los valores materiales son efímeros.
¿Quién no admira los cuadros de El Greco, Zurbarán, Murillo o Picasso? ¿Quién no admira la poesía de Juan Ramón Jiménez, Jorge Manrique, san Juan de la Cruz o Antonio Machado? ¿Quién no admira la música de Schubert, Schuman, Mozart, Beethoven o Chopin?
El fundamento de la sociedad abierta no es el progreso material, sino el espiritual y moral. Por eso, el trípode de la civilización occidental es la razón griega, el derecho romano y la dignidad de la persona humana de la tradición judeo-cristiana. La tarea más urgente, a mi juicio, es la reforma de la educación: hay que pasar de una educación utilitarista a una educación humanista, liberal. Y, para ello, es necesario, como dijo Robert Hutchins, rector de la Universidad de Chicago durante la década de 1930, volver a los Grandes Libros, a los clásicos:
“Hasta hace poco Occidente ha considerado como axiomático que la educación descansa en los grandes libros. Nadie era culto a menos que estuviera familiarizado con las obras maestras de su tradición. Eran los libros que han perdurado y la voz común de la humanidad llamaba las creaciones más bellas, en la escritura, de la mente occidental. Creemos que las voces que pueden sanar Occidente son aquellas que han tomado parte en la Gran Conversación. Queremos que sean oídas otra vez –no porque queremos volver a la Antigüedad o a la Edad Media o al Renacimiento o al siglo XVIII. Somos conscientes de que vivimos en el presente. Queremos que las voces de la Gran Conversación sean oídas otra vez porque pensamos que pueden ayudarnos a aprender a vivir mejor ahora”.
Estas voces que reclama Hutchins son las de Homero, Esquilo, Platón, Aristóteles, Euclides, Virgilio, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Dante, Cervantes, Descartes, Tito Livio, Newton, Baudelaire, Rimbaud, Tolstoi, Pascal, T. S. Eliot, Maquiavelo, Nietzsche, Heidegger, Galileo, Montaigne, Bacon, Tocqueville, Adam Smith, Marx, Goethe, Darwin, Freud, Dostoievski, Shakespeare, Erasmo, Copérnico, Milton, Heisenberg, Einstein, Mark Twain, Kant, Dickens, Balzac, Mendel, etc.
En España ya lo hizo el filósofo José Ortega y Gasset cuando creó el Instituto de Humanidades y cuando fundó la Revista de Occidente y la editorial Espasa-Calpe. Escribía Ortega en Misión de la Universidad:
“El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas. El nuevo bárbaro es principalmente es el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también- el ingeniero, el médico, el abogado, el científico. (…) La ciencia es el mayor portento humano; pero por encima de ella está la vida humana misma que la hace posible. (…) Importa que estos profesionales, aparte de su especial profesión, sean capaces de vivir e influir vitalmente según la altura de los tiempos. Por eso es ineludible crear de nuevo en la Universidad la enseñanza de la cultura o sistema de las ideas vivas que el tiempo posee. Esta es la tarea universitaria radical”.
Son los valores inmateriales y universales los que hacen libres a las personas. En tanto que individuo, la persona necesita de los bienes materiales, pero estos han de estar subordinados a los bienes espirituales de la persona, sin los cuales la persona no es persona, sino un animal o una cosa. Creer que la ciencia da la felicidad nos llevará nuevamente a los campos de concentración. La ciencia es muy importante, pero es siempre un medio, un instrumento al servicio de los fines propiamente humanos: la verdad, la belleza y el bien.